Hombrecitos by Louisa May Alcott

Hombrecitos by Louisa May Alcott

Author:Louisa May Alcott
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-11-16T00:00:00+00:00


CAPITULO 12

Choque estrepitoso de cacerolas de hojalata, carreras alborotadas y peticiones de comestibles, anunciaron, una tarde de agosto, que los niños iban a buscar zarzamoras. Para ellos, significaba tanto como si fuesen a descubrir el Polo.

—Vaya, hijitos, salgan cuanto antes, sin que se entere Rob —dijo mamá Bhaer, atando a Daisy las cintas del sombrero de paja, y arreglándole a Nan el delantal azul. Pero Rob se había enterado y estaba resuelto a formar parte del grupo expedicionario. Cuando la tropa comenzó a desfilar asomó el hombrecito, con el sombrero puesto, el rostro jubiloso y una luciente cacerola en la mano.

¡Buena la hemos hecho! —suspiró la tía Jo, que sabía lo difícil de contentar que era su hijo mayor.

—Ya estoy listo —gritó Rob.

—Van muy lejos y te fatigarás; quédate acompañándome.

—Ya se queda Teddy; yo soy mayor, y tú me has dicho que los mayores pueden ir a todas partes.

—Mira, vamos hasta los pastos, y como hay mucho que andar, no queremos estorbos —advirtió Jack.

—Yo no soy estorbo y puedo ir sin cansarme. Mamá, ¡déjame que vaya! Quiero traerte esta cacerola nueva llena de zarzamoras. ¡Voy a ser bueno!...

—Pero te vas a fatigar y a acalorar demasiado. Otro día irás conmigo y traerás todas las zarzamoras que quieras.

—Tú nunca sales, porque siempre tienes que hacer, y yo quiero traerte moras —dijo Rob, rompiendo a llorar.

Todos se conmovieron al ver caer los lagrimones del niño en la brillante cacerola. Daisy se brindó a quedarse acompañándolo. Nan, muy resuelta, dijo:

—Que venga con nosotros; yo me encargo de, él.

—Si Franz los acompañara, me quedaría tranquila, pero Franz está segando con papá, y no confío mucho en ustedes.

—Rob no debe venir; vamos muy lejos —murmuró Jack.

—Si yo pudiera, lo llevaría —suspiró Dan.

—Gracias, tú tienes que cuidarte el pie. Yo también iría si pudiera. Pero, esperen, veremos de arreglar todo —dijo mamá Bhaer, corriendo hacia el camino y agitando el delantal.

Silas, que pasaba con la carreta de heno, se prestó a llevarlos hasta los pastos y a ir a buscarlos a las cinco de la tarde.

—Esto será un retraso para usted; pero lo indemnizaremos dándole pasteles y compota de moras —dijo tía Jo, conocedora de las debilidades del jardinero.

—Bueno, señora —contestó alegremente Silas—; ¿usted quiere sobornarme?... ¡Pues me dejo sobornar!...

—¡Niños! ¡Pueden ir todos! —exclamó tía Jo.

—Por ti, he ideado esta combinación. No andes mucho: siéntate y dedícate a buscar objetos para tus colecciones.

—¡Yo voy! ¡Yo voy! —exclamó regocijadamente Rob.

—Sí, hijo mío, Daisy y Nan tendrán mucho cuidado contigo. Silas irá a buscarlos a las cinco.

Rob abrazó agradecido a su madre, y le ofreció llevarle todas las moras que recogiera, sin comerse ni una.

Alborotadamente se instalaron todos en el carro, mostrando Rob especial contento al verse entre las dos niñas que, como madrecitas temporales, se brindaron a cuidarlo.

¡Qué tarde tan feliz disfrutaron los excursionistas, a pesar de los contratiempos inevitables en estas salidas!

Tommy pasó un mal rato, al caer sobre un nido de tábanos, que le picaron sañudamente; el chico aguantó con valentía el dolor, hasta que Dan recomendó que se aplicase tierra mojada sobre las heridas, con lo cual se alivió mucho.



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